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domingo, 4 de julio de 2010

“Contento, Señor, contento"

Para Alberto Hurtado, Cristo es simplemente todo: la razón de su vida, la fuerza para esperar, el amigo por quien y con quien acometer las empresas más arduas para gloria de Dios.

Ve a Cristo en los demás hombres y mujeres, especialmente en los pobres: “El pobre es Cristo”. Como sacerdote se siente signo personal de Cristo, llamado a reproducir en su interior los sentimientos del Maestro y a derramar en torno suyo, palabras y gestos que animen, sanen y den vida.

Cuando el P. Hurtado se pregunta “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”, está revelando el secreto del camino de santidad, de su “ser contemplativo en la acción”. Esa es la regla de oro que conduce su vida. No se trata de imitar mecánicamente lo que hizo Jesús... sino de tener la capacidad de discernir qué haría Él hoy.

Y cuando exclama “Contento, Señor, contento", expresa su fe en Cristo resucitado. Las veces que pronuncia esta frase, lo hace tras noches de muy breve descanso, de fatigas acumuladas, y con la cruz de la incomprensión de amigos y, a veces, de algunos superiores. Dolores, soledades y acusaciones sin fundamento, envidias, mezquindades... Pero nada le borra la sonrisa de sacerdote crucificado y resucitado con Cristo.

El P. Hurtado siempre tuvo un corazón muy sensible al dolor de los pobres y marginados. Se siente impulsado con gran fuerza a luchar por anunciarles el mensaje de Cristo y por cambiar su situación. Él hace un constante llamado a abrir los ojos para mirar con honestidad la realidad social del país.

Su mirada sobre los pobres no es una mirada estadística, sino la del evangelio, la del hermano: “Yo sostengo que cada pobre, cada vago, cada mendigo es Cristo en persona que carga su cruz. Y como Cristo debemos amarlo y ampararlo. Debemos tratarlo como a un hermano, como a un ser humano, como somos nosotros”.

La pasión y el dolor con que el P. Hurtado se refiere, en un retiro dado a señoras el 16 de octubre de 1944, a la realidad de tantos pobres de nuestra patria, da origen tres días después a una de sus obras más conocidas: el Hogar de Cristo, lugar de acogida y de educación para los marginados.

Su intención es devolver a esas personas su dignidad de chilenos y de hijos de Dios. Por eso se preocupa de que cada uno de los mendigos que entra al Hogar reciba una atención cariñosa, como si fuera el mismo Cristo. Por las noches, el P. Hurtado sale en su camioneta verde a buscar a niños y jóvenes vagabundos que se encuentran ocultos por la oscuridad de la ciudad o bajo los puentes del río Mapocho. Los llama e invita a acompañarlo al Hogar de Cristo.


Fuente:
www.padrealbertohurtado.cl